Ahora recuerdo su tono, su sabor, su sensación.
La noche me atrapó y me arrebató el recuerdo de tenerlo entre mis piernas.
No sé si simplemente deviene a mí, por haber sido el último de mis momentos sexuales.
No sé si lo sublevo por haber sido él y sólo él.
La avalancha de sensaciones va y viene así como el flujo de mi cuerpo.
Aún recuerdo su respiración al ritmo de mis gemidos silenciosos.
Recuerdo que en mi mente estaban ritmos árabes, de pronto me encontré fantaseando con él
el vaivén de mis caderas replicaban las danzas árabes que practico.
Era mucho lo que deseaba, quería hacer de ese instante un acto pagano pero terminé por convertirlo en un momento de sacralidad y permanencia en mi ser, no suele ser de otro modo en estos tiempos ya.
No sé si él se percató de toda esta estela mágica que se creó, quizá valdría la pena preguntarle o quizá no.
Lo importante es dejar plasmado el recuerdo intermitente, la voz que viene a mi mente y me hace resonar con la excitación, con todo el erotismo que puede caber en mi ser y es que la vida sin saber cómo erotizarla no tiene sentido alguno. Hoy me descubro arrebatada por el deseo insaciable por él, por sus ideas, por su presencia. No sé si vuelva a verlo, lo único que sé es que dejó su aroma repartido por mis calles corporales, sus manos parecían terminales que arrebataban mi energía, el solo rozar de su mano en mi rostro, despertaba el deseo infranquiable del que se goza cuando existe; a mis 43 años ya no es tan fácil dejarse arrebatar por cualquiera y él lo logró, lo hizo, me llevó a estas sensaciones que hoy permanecen y se activan con el simple hecho de recordarlo.