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domingo, 29 de enero de 2012

Sobre la estupidez y su paroxismo



Me resulta insoportable la autoridad, invivible la dependencia e imposible la sumisión. Ante cualquier mandato vuelvo a sentirme en la piel de niña. Si, acabo de parafrasear a Michel Onfray y es que como a él, mis recuerdos se vuelcan en olores y mis deseos en violencia a flor de piel queriéndose apoderar de mi.
No es que este herida, no es que haya sufrido sino tan sólo en un momento de mi infancia se instaló la conciencia y desde entonces no me deja de hablar. Y es que no soporto ver a una sociedad sin alma, una sociedad que por temor ha cedido a un servilismo llevado al paroxismo.
¿Dónde guardamos a la condición humana? Bien decía Albert Antelme "Se puede matar a un hombre, pero no puede convertirlo en otra cosa" Ésta, es una verdad de naturaleza ontológica, el cuerpo de un hombre dice Onfray es el sitio en el que se da lo inexpugnable de la humanidad.
¿A cuento de qué toda esta palabrería aparentemente sin sentido? nada más a la inquietud que hoy día me quita el sueño: El sin sentido.
Si, un sin sentido de la supuesta lógica de la distinción; una lógica que nos coloca en la ideología de la división que supone la ausencia de unidad y homogeneidad en la especie humana. Ideología respaldada por la fabrica del capitalismo.
Vivimos una nueva modernidad, una modernidad de fundamentos y discursos de doble moral que rebasan la noción de entendimiento humano como la hemos venido conociendo. El pensamiento se encuentra en derrota pero por fortuna y desgracia del sistema mercantilista que nos rige, no es una derrota generalizada y el triunfo de la barbarie tampoco es del todo efectiva.
El fascismo del presente no busca sojuzgar los cuerpos sino que a través de sus medios, intenta lograr el sojuzgamiento de las almas. En este campo de concentración planetario en el que habitamos, el sistema educativo tiene como encomienda domesticar y adiestrar para el uso "correcto" de la razón. Parece que poco a poco damos vida al gran Leviatán.
Tal parece que nos quieren matar en vida, buscan privarnos de nosotros mismos, vaciarnos de nuestra propia sustancia. Las deyecciones de la sociedad aterrorizan, indignan del mismo modo que enfurecen y lo único que se dan son silencios cómplices por temor a convertirse en gritos de dolor.
Nuestra modernidad y el capitalismo han gestado estas categorías siniestras en nuestras vidas, esclavizándonos aun más y confundiéndonos con las máquinas con las que trabajamos. ¿Hasta cuándo escucharemos a algún político decir que por fin sus planes de trabajo dejarán de servir al capital y se pondrán realmente al servicio de los seres humanos? no caen en cuenta aún de que el triunfo del capitalismo ya firmó la sentencia de muerte de lo político y la política en provecho de un simple y puro elogio de la técnica de administración de los hombres y los bienes. Eso pasa cuando la política actúa como sierva de la economía.
Vaya alquimia caníbal en la que nos movemos, somos esclavos del mercado en donde celebramos lo conceptual, lo virtual, los capitales flotantes, celebramos a un Dios al que todos o casi todos rinden culto; el dios de la religión del capital. El ateísmo progresa apareciendo la teología de las riquezas triviales.
Es sin duda una urgencia que nos planteamos un nuevo objetivo en la vida y a su vez darle sentido a la existencia humana. Un objetivo indefectiblemente nietzscheano: "PERJUDICAR LA ESTUPIDEZ"