El movimiento de la vida me sumerge hacia sus adentros. Me traga y me hace mover por dentro, temblarme en la mente y erosionarme por el alma.
Es una sensación de equívocos encontrados, una especie de hallazgos que muy pocos pudiesen comprender. Y es que la especie humana se traga así misma con sus actitudes, se llena de ideas falsas la cabeza construyéndose laberintos sin salida que terminan en convertirse en neurosis colectiva.
Me gusta cuando pienso en el olvido de mi misma; observo y valoro de modo más objetivo mis acciones tocando entonces las puertas de mi piel, abriendo uno por uno mis poros y respirar por toda yo las emociones del ser.
Cuando uno logra esto: abrirse por completo a la naturaleza de sí mismo; es entonces cuando logra sumergirse uno en el mar de las verdades. En este momento ya no hay necesidad de creer y sostenerse de algún ídolo pues se aprende y se logra a tener fe en lo más auténtico y profundo de la vida: En el sí mismo.
Cada uno de los seres que habitamos este mundo caminamos por un sentido particular; el sentido de ser el que uno tiene que ser. El problema radica en el hecho de que se suele buscar el sentido no idóneo para nuestra propia naturaleza, de ahí, que proyectemos en un dios lo que debemos ser esto es: un ser de compasión, humildad, amor, honestidad, lealtad. Todas estas virtudes que son tan humanas y al parecer tan alejadas....
¿Para qué complicarse? ¿por qué querer ser lo que no nos toca ser? simplemente no comprendo y me duelo...
