Las nubes se han movido poco a poco como queriendo no molestar a las aves. Me sonrojo de pensar en lo que me recuerda la voz del cielo, me susurra de tal modo que provoca en mi una humedad obscena.
Mis pasiones se despiertan pensando en la suavidad del algodón que me tapó después de hacer el amor aquel día que me fusioné con los dioses. Entre espasmos y suspiros entregué el alma tan sólo para darla y nunca más verla triste.
Falló, la tristeza sigue, sin embargo el recuerdo latente de los vaivenes dentro mío permanecen, los silencios acallados con suaves caricias de labios, las manos paseando por los horizontes de piel suave y deseosa de aliento a tinto tempranillo.
El cielo se torna azul obscuro, me cubro con violetas las heridas de la noche sola, una más que en lejanía comprendo la extrañeza del calor cotidiano que dejó de serlo.
Busco entre mis memorias corporales gemidos de placer con los cuales invoco el amor que se ha perdido en lo oscuro del cielo. Mi piel es tibia tirándole a fría, me cubro con las voces del silencio y me entrego a la pasión solitaria y al deseo húmedo en secreto; pues soy yo y los demás, no hay ningún Otro.
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