“Cogito
ergo sum” dijo Decart pero hoy le ofrezco una disculpa a mi adorado
racionalista porque creo que muy a mi pesar es “siento luego existo” pues en
efecto, he ido descubriendo como el acto de tener sensaciones es lo que
verdaderamente corrobora y hacen patente cualquier existencia. Si bien es cierto que, incluso los más brillantes pensamientos nos hacen tener ciertas sensaciones que
son justo la reiteración de que es un pensamiento brillante, algo así como el
¡Eureka! De los griegos.
Siento
luego existo, si, sin duda porque cuando más experimentamos el límite de las
sensaciones es justo cuando decimos “estoy vivo”. El acto que nos lleva a
sentir un orgasmo es justo el renacimiento de nuestro ser. Sentir el espasmo
evoca la primera respiración cuando llegamos al mundo y es que basta ir sumando
cada sensación con cada instante del acto sexual para poder gestar nuestro
próximo renacimiento.
Tan
sólo recuerden esos instantes…
Cuando
empiezo a sentir recorrer su lengua por mi espalda va despertando el escalofrío
de cada poro, sentir sus palmas recorrer mi geografía corporal remueve ciertos impulsos
eléctricos que no son mas que la constatación del impulso de vida. Cuando
dialogo en silencio con su lengua y mi lengua, se evoca el inicio de todo pues “nada
hay donde falta la palabra” decía el gran poeta Hölderlin y es que en efecto de
ese diálogo surge la palabra auténtica, el verbo diría San Pablo. De ahí que mi razón deviene en emoción pues no hay razón que no remita a una sensación y no hay sensación que surja de lo inerte. Amo el sexo, lo adoro, lo sublimo, lo idealizo porque es justo el placer sexual lo que nos hace sentir la existencia a flor de piel.
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