Quisiera escribirte una carta interminable en la cual, hubiesen depositadas todas esas palabras que nunca dije, en donde quedara claro el gusto por estar a tu lado, el deseo inaudito que existió y se consumió una y otra vez.
Sí, dejar una carta en la que lo más bello de mi ser fuese escrito con sus puntos y sus comas bien establecidas; con la ortografía perfecta y la fonética ideal al ser leída en voz alta. Tan alta como para quedar impregnada en los tímpanos de tus oídos. Hoy quisiera deletrear en esa carta cada letra con el sentido idóneo, escribir lo no escrito y pronunciar del lenguaje lo que nunca más será pronunciado, que mis manos hablen sin parar para desahogar no sólo el alma sino cada uno de mis sentidos, que describan de modo poético lo que olieron de ti, lo que saborearon de ti, lo que sintieron contigo, lo que vieron de ti que nadie verá jamás pues nadie te verá con mis ojos negros ni te hechizara como yo lo hice.
Hoy quisiera dejar una carta interminable en donde quede asentado que aunque sea un cuerpo alejado más que un alma extranjera, hoy mi rostro es un misterio en el cual todos buscan romper los múltiples silencios que han teñido la ausencia.
Hoy dejaría una carta con diálogos de asombros, con hilos de letras llenos de complicidades, con anhelos dibujados y una imaginación voraz y equívoca de deseos no escuchados.
Hoy la escribo vestida con mi velo ritual de melancolía, mis ojos reflejando los relámpagos de mi piel y mi sangre evaporándose junto con la pronunciación de estas letras.
Hoy dejo esa carta escrita en silencio, armada con las palabras de la ausencia que emanan de la luz y humedad de mi cuerpo. Guardo el sabor del silencio en mi memoria.