sábado, 10 de enero de 2009

Tristeza.

"A menudo es preferible una falsa alegría a una tristeza cuya causa es verdadera". Ya lo decía Descartes, en efecto la tristeza nos lleva a los lugares más complejos de nuestro ser, a esos sitios no explorados que nos vuelven a hacer renacer en una vida diferente. La tristeza nos hace crecer, quizá por ello Amado Nervo decía que era un don del cielo. Crecer duele.
He tratado esta semana comprender la idea de que estar triste es una decisión personal y que cada quien es el responsable que el otro o lo otro afecte a uno mismo. Sin embargo, hay dolores que se asemejan a la furia de dios ya lo dice César Vallejo en sus Heraldos, y es que en verdad el dolor de una pérdida por más ventajosa que surja, duele, hay pérdidas irreparables, pienso en la muerte de mi madre que por más que se le llore no se cura, no se alivia; simplemente se vive con ello. Pero el dolor de la pérdida de alguien que sabes aún está pero no más en el mismo camino, ocasiona un dolor que aún no puedo definir, no sé si es un dolor ególatra o un dolor de desamor. Lo único que hoy puedo detectar en mi, es un dolor que de verdad duele.
Sin embargo, no puedo quedarme en sentir y ya, debo dejar que las cosas pasen y permitirme crecer con esto. Llorar, sí, y mucho, todo lo necesario que deba dejar hablar a mis emociones para no quedarme nada, vaciarme de eso hasta no sentir más al respecto, llorar, sufrir y sentir de modo intenso para que en mi siguiente amanecer pueda reír con libertad, sentir placer sin culpa y sentir de modo intenso descubriendo en mi misma; otra yo misma.
Amo la vida por todas estas oportunidades que nos da para pensar, replantear y tener conciencia de sentir.


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