El
mundo le pertenecía tanto como las almas que estaban deambulando por sus
territorios. Y es que él solía pasear por altas horas del día ya que en las
tempranas horas, no había nada que le fuese realmente de importancia.
Muchos de los que amamos la oscuridad sabemos que es justo en las noches cuando
lo más grandioso de la existencia se muestra y nos cubre con su propia
sabiduría haciendo de nosotros seres sabios. Salió a caminar como todos
los días por las calles solitarias, calles infestadas de silencio y de pronto se
topó con ella; una mujer quizá a primera vista, pero tenía unas alas negras con
las cuales le era fácil abrazar a quien se le pusiera frente. Así las cosas, se
acercó a él y le abrazo justo con las alas. En ese momento no le era posible
respirar, sentía la sangre recorrer por todo el cuerpo, ir y venir del líquido
vital, sentía un calor tremendo y sabía que su voluntad era nula pues le
pertenecía a la mujer alada. Su mente se nubló tan sólo veía su entorno como un
film a través de la pantalla de su propia mirada. ¿En qué estaré soñando? -Se
preguntó- pero nadie le dio respuesta pues lo suyo era tan sólo un soliloquio.
Ahí recordó que él pertenecía a un castillo si, al castillo de Otranto un
castillo en el que se sabía se celebraban ritos satánicos y que precisamente
por ello se les había condenado. Un castillo en el que las gárgolas disfrutaban
deambular y ser parte del espectáculo de la noche. En ese instante vio como se
le develaba ante si, su propio ser. Si; así como si de repente un pez viese el
agua en la que nada. Él, observó su alma, la cual se postraba frente suyo, poseía
una capa color verde que al moverse se tornaba de tonalidades doradas, color
que no le decía nada puesto que lo suyo eran los grises. Es justo este el
momento en que se perdió de la línea de lo real y lo onírico siendo esto último más fascinante, pero también perturbador. Siguió andando hasta toparse con lo
más extremecedor, la tumba de aquel que en su momento le dio la vida. Se puso
frente a ella y lo único que descubrió fue un sitio vacío. Él había pensado
que siempre había habido millones de cosas honrando la memoria de aquél que le
dio la vida pero se dio cuenta de que tan sólo había olvido y polvo pues es que
en realidad es justo eso la muerte cuando es parte de la existencia.
En
fin... cuando quizá dar marcha atrás le fue imposible debido a que su camino sólo llevaba hacia un destino, el cual era el de su propia muerte, fue como comenzó a comunicarse solamente con las
gárgolas y los ángeles caídos del sitio. Pues es justo el destino de aquel que
no sabe superar sus debilidades y que se entrega a la soberbia de la
conciencia. A partir de ahora, mas vale
recordar la vida de este pobre príncipe de la oscuridad, cada trago de sangre
debe honrar el olvido de la soberbia de éste que siempre se creyó inmortal.