Me descubro de los velos oscuros que me protegían y se hacían llamar miedos.
Observo desde dentro todo el contexto y descubro la fuente inagotable de sonrisas de colores y formas de estrellas. Navego por los mares del silencio, esos mares que conducen al paraíso de la belleza oculta.
Te pienso y me descubro ideas circundantes por ambos hemisferios cerebrales, de un lado a otro van paseándose con tu nombre por todas mis sensaciones y memorias recolectadas en estos años de mi existencia vaga. Transpiro olor a flores de invierno, tulipanes rojos para ser exacta, me muevo suavemente por mi mente tratando de no espantar las ideas de ti. Me gusta pensarte.
Pasan los instantes llenos de equívocos y sin sentidos pero los abrazo y disfruto pues saben a dulce semi enchilado. Me gusta esta sensación en mi lengua de combinaciones exóticas, de sinsabores conceptualizados y vendidos con novedad. Amo todos estos detalles que envuelven al ser, cobijándolo para que no se oscurezca el decir. Digo y repito decires como para nunca ser parte de tu silencio, no volverme un recuerdo sino una presencia quizá ausente pero constante. Una presencia…
Adviene el deseo, lo calmo para no estropear los momentos, pero lo siento y vive. Permanece cauteloso para no espantar a las almas solitarias, repite en un tono muy suave la melodía que le mueve hasta el inconsciente, baila en la mente y sueña.
El tono de la vida se pasea por los azules, los visita uno a uno para derivarse en violetas, color del misterio y si, se torna en un misterio inagotable de tonos, sabores y melodías que sólo los más aptos pueden percibir pues en la vida no todos estamos aptos para descubrir.
Descubrir, implica pensar y pensar implica agradecimiento; sólo el que agradece piensa y sólo el que piensa, se viste con los tonos del misterio y saborea las mieles del deseo. El deseo es inagotable lo mismo que las mieles; lo único que se agota es la voluntad de permanencia y pertenencia. Esta voluntad de poder que nos atañe tanto, tan humanamente tanto, al grado, que nos podemos convertir en bestias sin sentido y fundamento. De ahí la importancia de ser música, siempre melodía intocable, siempre palabra impronunciable y siempre deseo para poder pensar pero no sin antes agradecer.